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LOS ESPÍRITUS DE LA NATURALEZA, UNA EVOLUCIÓN APARTE


 
Aunque con ciertas restricciones, ejercen gran­de influencia los espíritus de la naturaleza a quie­nes debemos considerar como los habitantes autóc­tonos de la tierra, expulsados de diversas partes de ella por la invasión del hombre, análogamente a lo ocurrido con los animales salvajes. De la propia suerte que éstos, los espíritus de la naturaleza, evi­tan por completo las ciudades populosas y todo lugar en que se reúnen muchedumbres humanas, por lo que allí apenas se nota su influencia. Pero en los tranquilos parajes rurales, en bosques y campos, en las montañas y en alta mar, es­tán siempre presentes los espíritus de la naturaleza, su influencia es poderosa y omnipenetrante, de la propia manera que el perfume de la violeta embal­sama el ambiente aunque se oculte entre la hierba. 


Los espíritus de la naturaleza constituyen una evolución aparte, completamente distinta hoy por hoy de la evolución humana. Todos estamos fami­liarizados con la trayectoria de la segunda Oleada de Vida a través de los tres reinos elementales has­ta llegar al mineral, del que asciende por el vegetal y el animal para alcanzar la individualidad en el ni­vel humano. También sabemos que una vez logra­da esta individualización, el progreso de la huma­nidad nos lleva gradualmente a las etapas del Sen­dero y después en progresión ascendente al Adep­to y a las gloriosas posibilidades de un más allá. Esta es nuestra línea de desenvolvimiento, pero no hemos de incurrir en el error de creer que es la única. Aun en este nuestro mundo, la vida divina fluye impelentemente por diversas corrientes, de las cuales la nuestra es tan sólo una, y en modo al­guno la más importante en orden. 

 
Comprendere­mos esto mejor, recordando que la humanidad en su manifestación física ocupa solamente una pe­queña parte de la superficie terrestre, mientras que hay entidades situadas en el correspondiente nivel de otras líneas de evolución, que no sólo pueblan la tierra más densamente que el hombre, sino que además moran en la dilatadísima planicie del mar y los campos del aire.

Líneas de evolución

En la presente etapa, vemos que las diversas corrientes a que hemos aludido fluyen paralelamente, aunque por de pronto de to­do punto distintas. Por ejemplo, los espíritus de la naturaleza no han sido ni serán nunca individuos de una humanidad como la nuestra; y sin embargo, la vida que en ellos mora dimana del mismo Logos solar de que dimana la nuestra y a El volverá como la nuestra.

Hasta llegar al nivel mineral, las corrientes pueden considerarse paralelas; pero tan pronto como al trasponer el punto de conversión suben por el arco ascendente, aparece la divergen­cia. La etapa mineral es, por supuesto, aquella en que la vida está más profundamente sumida en la materia física; pero si bien algunas corrientes retie­nen formas físicas en las diversas etapas ulteriores de su desenvolvimiento, haciéndolas según adelan­tan más a propósito para la manifestación de su vi­da interna, hay otras corrientes que desde luego desechan la materia densa y durante el resto de su desenvolvimiento en este mundo usan cuerpos constituidos exclusivamente por materia etérea. Así una de dichas corrientes o colectividad de entidades, luego de pasar por la etapa mineral, no se transporta al reino vegetal, sino que toma vehí­culos de materia etérea para morar en el interior de la corteza terrestre y en el seno de las compac­tas rocas. Muchos estudiantes no aciertan a comprender como es posible que haya seres vivientes que mo­ren en el seno de las rocas o en el interior de la cor­teza terrestre. Sin embargo, los seres dotados de ve­hículos etéreos no tropiezan con la más leve dificul­tad para moverse, ver y oír en la masa de la roca, porque la materia física sólida es su natural am­biente y su peculiar habitación, la única a que están acostumbrados y en la que se encuentran como en su propia casa. No es fácil formar exacto concepto de estos vagos seres inferiores que actúan en amorfos vehículos etéreos; pero poco a poco van evolu­cionando hasta llegar a una etapa en que si bien habitan todavía en el seno de las rocas compactas, se acercan más a la superficie de la tierra, en vez de enmadrigarse en lo más hondo de la corteza; y los más evolucionados de entre ellos son capaces de mostrarse eventualmente al aire libre durante un corto tiempo.

A estos seres se les ha visto y más frecuentemen­te oído en las cavernas y minas. La literatura me­dieval les dio el nombre de gnomos. En las condi­ciones ordinarias no es visible a los ojos físicos la etérea materia de sus cuerpos, por lo que cuando se muestran visiblemente es porque o se han reves­tido de un velo de materia física, o quien los ve ha excitado su perceptibilidad sensoria hasta el punto de afectarle las ondas vibratorias de los éteres su­periores y ver así lo que normalmente no percibe. No es rara ni difícil de lograr la temporánea ex­citación de la facultad visual que se necesita para percibir a los espíritus de la naturaleza; y por otra parte, la materialización es cosa fácil para seres situados muy cerca de los límites de la visibilidad. Así es que se les podría ver con mayor frecuencia de la que se ve, a no ser por su arraigada repugnan­cia a la vecindad de los hombres.

En la siguiente etapa de su evolución se convier­ten en hadas, que suelen morar como nosotros en la superficie de la tierra, aunque todavía con cuer­po etéreo. Después de esta etapa pasan a ser espí­ritus aéreos en el reino de los devas o ángeles, se­gún explicaremos más adelante. La oleada de vida en el reino mineral no sólo se manifiesta por medio de las rocas que constituyen la corteza terrestre, sino también por medio de las aguas oceánicas; y así como las rocas dejan pasar a través de ellas las inferiores formas etéreas, todavía des­conocidas para el hombre, que moran en el inte­rior del globo terráqueo, asimismo las aguas dan paso a otras inferiores formas etéreas que tienen su morada en las profundidades del mar. En este caso, también la siguiente etapa de evolución nos ofrece formas más definidas, aunque todavía eté­reas, que moran entre dos aguas y muy raras veces se muestran en la superficie.

La tercera etapa (co­rrespondiente a la de las hadas en los espíritus te­rrestres) nos da la enorme hueste de espíritus acuáticos que con su juguetona vida pueblan las dilata­das llanuras del océano. Las entidades que siguen estas líneas de evolu­ción, toman cuerpos de materia exclusivamente etérea y no entran en los reinos vegetal, animal y humano; pero hay otros espíritus de la naturaleza que antes de su diversión pasan por los reinos ve­getal y animal. Así en el océano hay una corriente de vida cuyas nómadas, al salir del reino mineral, entran en el vegetal en forma de algas, y luego pa­san por los corales, esponjas y los enormes cefaló­podos de entre dos aguas, para después emparen­tar con los peces y convertirse más tarde en espíri­tus acuáticos. Estas entidades conservan el denso vehículo físi­co hasta muy alto nivel; y de la propia manera ob­servamos que las hadas terrestres no sólo proceden de las filas de los gnomos, sino también de las ca­pas inferiores del reino animal, pues hay una línea de evolución que roza ligeramente el reino vegetal en forma de hongos, y después pasa por las bacte­rias y animálculos de diversas especies a los insec­tos y reptiles, para ascender al hermoso orden zoo­lógico de las aves, de donde al cabo de muchas en­carnaciones ornitológicas entra en la todavía más bella comunidad de las hadas.

Hay otra línea de evolución que proviene del rei­no vegetal, donde asume la forma de hierbas y gramíneas, y después toma en el reino animal la de hormigas y abejas, hasta convertirse por fin en se­res etéreos que, análogos a las abejas, zumban y re­volotean en torno de plantas y flores, en la produc­ción de cuyas numerosas variedades influyen notablemente hasta el punto de servir de auxilio sus funciones para la especialización y cultivo de los ve­getales. Sin embargo, conviene distinguirlos cuidadosamente para evitar confusiones. Los diminutos se­res que cuidan de las flores, pueden dividirse en dos grandes clases con numerosas variedades en ambas. La primera clase son los elementos propia­mente dichos, porque no obstante su belleza, son tan sólo formas mentales y en modo alguno seres vivientes. Más bien cupiera decir que son criaturas de vida temporánea, pues si bien activísimos y muy atareados durante su corta vida, no reencarnan ni evolucionan, y una vez terminada su obra se desin­tegran y disuelven en la atmósfera circundante, lo mismo que les sucede a nuestras formas mentales. Son formas mentales de los ángeles o devas encar­gados de la evolución del reino vegetal. Cuando a uno de estos devas se le ocurre una nueva idea relacionada con alguna de las especies de plantas confiadas a su cuidado, emite una forma mental con el determinado propósito de realizar dicha idea. Generalmente la forma de su pensa­miento es un modelo etéreo de la planta en cues­tión, o bien una diminuta criatura que ronda por la planta mientras se forman los capullos y va gra­dualmente dándoles la configuración y colores que el deva ideó para la flor. Pero tan luego como la planta adquiere su com­pleto crecimiento o se explaya la flor, termina la ta­rea del elemental, quien, según hemos dicho, se desvanece entonces extinguido ya su poder, por­que la única alma que lo animaba era la voluntad de realizar la tarea terminada.

Sin embargo, se ven en torno de las flores otros diminutos seres, verdaderos espíritus de la natura­leza, de los que hay muchas variedades. Una de las más comunes tiene forma parecida a la de los pája­ros-moscas y se les suele ver zumbando en rededor de las flores a modo de abejas. Estas menudas y hermosas criaturas no serán nunca humanas por­ que no siguen nuestra línea de evolución. La vida que los anima ha pasado por hierbas y gramíneas tales como la cebada y el trigo en el reino vegetal y por las hormigas y abejas en el reino animal, hasta alcanzar la etapa de diminutos espíritus de la natu­raleza, que más tarde se convertirán en las hermo­sas hadas de cuerpos etéreos, que viven en la su­perficie de la tierra. Posteriormente serán salaman­dras o espíritus del fuego, y luego se convertirán en sílfides o espíritus del aire, con cuerpos astrales en vez de etéreos, para pasar por último al reino de los devas.
 
Solapaciones
 
El trámite de la oleada de vida de uno a otro reino no se efectúa en rigurosa continui­dad, sino que se nota mucha latitud en la variedad, y así quedan no pocos huecos o solapaciones entre los reinos. Esto se ve más claramente en nuestra lí­nea de evolución, porque la vida que llega a los ni­veles superiores del reino vegetal no pasa nunca a los inferiores del animal, sino que por el contrario, entra en éste por etapas bastante adelantadas. Así, por ejemplo, la vida que anima un robusto árbol fo­restal no descenderá jamás a animar un enjambre de mosquitos, ni siquiera una familia de roedores o de rumiantes. Estas formas animales están ani­madas por la porción de oleada de vida que salió del reino vegetal en el nivel de la dalia o del dien­te de león. En todo caso se ha de recorrer la escala evoluti­va; pero parece como si la parte delantera de un reino fuese paralela a la zaguera del reino inmedia­tamente superior, de suerte que el tránsito de uno a otro se puede efectuar por distintos niveles según los casos.

La corriente de vida que entra en el rei­no humano esquiva por completo las etapas infe­riores del reino animal; esto, es que la vida que ha de alcanzar el reino humano nunca se manifiesta en forma de insectos ni reptiles. Antiguamente en­tró en el reino animal por el nivel de los enormes saurios antediluvianos; pero ahora pasa directa­mente de las superiores formas vegetales a la de los mamíferos. De la propia suerte, cuando se indivi­dualizan los más adelantados animales domésticos, no han de humanizarse necesariamente por vez primera en la forma de primitivos salvajes.

El siguiente diagrama muestra en ordenación si­nóptica algunas de estas líneas evolutivas, aunque en modo alguno las contiene todas, pues sin duda hay otras no observadas todavía, con multitud de maneras de pasar de una a otra por distintos nive­les. Así es que el diagrama se contrae a un amplio bosquejo del plan.



Según se infiere del diagrama, en la última eta­pa convergen todas las líneas de evolución, o por lo menos para nuestra ensombrecida vista no hay distinción entre la gloria de los altísimos seres, aun­que acaso si fuese mayor nuestro conocimiento po­dríamos completar el diagrama. De todos modos, sabemos que así como el reino humano está el grandioso reino de los ángeles o devas, y que la en­trada en este reino es una de las siete puertas que se abren ante los pasos del Adepto. Este mismo reino de los devas es la etapa superior de la evolución de los espíritus de la naturale­za, aunque en esto vemos otro ejemplo de los sal­tos o solapaciones a que antes aludimos, porque el Adepto entra en el reino dévico por la cuarta eta­pa, sin pasar por las tres inferiores, mientras que el espíritu de la naturaleza entra en el reino dévico por la primera etapa, o sea la de los devas inferiores.

Al entrar en el reino dévico recibe el espíritu de la naturaleza la divina chispa de la tercera oleada de vida y logra así la individualidad, como la logra el animal cuando entra en el reino humano. Ade­más, de la propia suerte que el animal sólo puede individualizarse poniéndose en contacto con el hombre, análogamente el espíritu de la naturaleza, para lograr la individualización, ha de ponerse en contacto con el ángel, servirle de ayudante y traba­jar para complacerle, hasta que aprenda a trabajar como los ángeles.

En rigor, los más adelantados espíritus de la naturaleza no son seres humanos etéreos o astrales, porque todavía no están individualizados, pero son algo más que un animal etéreo o astral, pues su grado de inteligencia es muy superior al de los animales, y en muchos puntos igual al del común de la humanidad. Por otra parte, los espíritus de la naturaleza de orden ínfimo tienen limitadísima in­teligencia, por el estilo de la de los pájaros-moscas, mariposas o abejas a que tanto se parecen.

Según se ve en el diagrama, los espíritus de la naturaleza abarcan un amplio segmento del arco de evolución, incluyendo etapas correlativas con todas las de los reinos vegetales, animal y humano, hasta casi en la que hoy está nuestra raza. Algunos tipos inferiores de espíritus de la natu­raleza no tienen nada de estéticos; pero también ocurre lo mismo con las especies inferiores de rep­tiles de insectos. Hay tribus de espíritus de la naturaleza, no desarrollados todavía, de gustos grose­ros, y por lo tanto, su aspecto está en correspon­dencia con su etapa de evolución. Las informes masas con enormes y rojas fauces que viven en las nauseabundas emanaciones eté­reas de la sangre y del pescado podrido, son tan horribles a la vista como a la sensación de toda per­sona de mente pura. Igualmente repulsivas son las entidades rojinegras, semejantes a crustáceos rapa­ces, que planean sobre los lupanares, y los mons­truos parecidos al octopus que apetecen regodear­se en los vapores alcohólicos de las orgías y festines del beodo. Sin embargo, por muy repugnantes que sean estas arpías, no son dañinas de por sí ni se pondrán en contacto con el hombre, a menos que se degrade al nivel de ellas esclavizándose a sus ba­jas pasiones. Tan sólo los espíritus de la naturaleza de estas especies inferiores y repulsivas se acercan voluntariamente al hombre vulgar.

Otras de la misma cla­se, pero algo menos materiales, se gozan en bañar­se en las groseras vibraciones levantadas por la có­lera, avaricia, crueldad, envidia, celos y odio. Quie­nes cedan a estos innobles sentimientos, se expo­nen a estar constantemente rodeados por las corro­ñosas coluvies del mundo astral, que unos a otros se atropellan con tétricas ansias de antesaborear un arrebato pasional, y en su ceguera hacen cuanto pueden para provocarlo o intensificarlo. Apenas cabe creer que tan horrorosas entidades pertenezcan al mismo reino que los simpáticos y jubilosos espí­ritus de la naturaleza que vamos a describir.






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